Me encanta esta perspectiva del emprendimiento porque atiende al espíritu creativo que esta actividad necesita para llevarse a cabo con éxito y no a la razón o el propósito financiero que ésta requiere como incentivo para sortear todos los retos que “hacerlo” representa.
Y resalto la palabra “hacerlo” porque muchas veces se deja de lado y se olvida la importancia y dificultad que tiene convertirlo en realidad por lo tranquilo y controlable que es permanecer en la silla de la estrategia y lo terrorífico que puede significar, para muchos estrategas, ensuciarse las manos con las labores y piruetas de la operación diaria.
Pero por eso se necesita mucho más que talento para emprender, es mucho más importante contar con aptitudes que fomentan la colaboración como lo son la empatía, compromiso, liderazgo, coraje, determinación, confianza, honorabilidad y muchas otras habilidades que se ponen en cuestionamiento con el duro actuar de la empresa y la toma de decisiones.
Y es ahí, donde para lograrlo se requiere de un equipo que además de que esté capacitado en los temas que a cada quién le correspondan debe de estar entrenado y abierto a sumar sus aptitudes en la construcción del valor para el que la empresa se haya integrado a conseguir y esperemos… a compartir.
No es sino hasta que un grupo de individuos se suman a dar vida a la empresa que ésta empieza a cobrar vida y a producir un sin fin de obra creativa (propiedad intelectual) para el uso y explotación de la misma por parte de la empresa y sus objetivos financieros.
Es por esto, que hablar de colaboración en el mundo de las empresas es de primera necesidad y hablar de cómo “hacerlo mejor” para integrar todo el conocimiento “legal” y “financiero” en este sentido con la finalidad de diseñar y formular mejores formas de “hacer empresa”, una obligación para quiénes “hagamos empresa todos los días”.
La forma en la que contratamos e intercambiamos habilidades y conocimientos fundamenta las bases para una colaboración sana, sostenible y sustentable. Existen en la vida de la empresa un montón de acuerdos de distintas naturalezas (Laboral, Societaria, Comercial, entre otros) que como persona moral le generan derechos y obligaciones que la alentan o aceleran, dependiendo la posición y el objetivo con el que se firman.
La tarea del empresario entonces debe ser la de representar y revisar estos acuerdos de tal forma que el resultado de hacerlos, le permita alcanzar sus objetivos creativos y financieros de la manera más segura y en el tiempo preestablecido, lo que quiere decir que administrar bien sus acuerdos le permitirá dirigir mejor su empresa.
Al hacer los acuerdos (contratos) con una perspectiva de colaboración por encima de una perspectiva de capital y patronazgo se obtienen beneficios inmediatos para la supervivencia de la empresa en el largo plazo, ya que el hacerlo de ésta manera le permite balancear las responsabilidades entre quiénes se encargan de “hacer” y quienes se encargan de “dirigir”, para que a la hora de medir avances objetivamente quede claro quiénes han alcanzado sus objetivos y quiénes murieron en el intento.
Y con lo anterior no sólo me refiero a la relación patrón-empleado sino también a las relaciones entre fundadores, inversionistas y aliados estratégicos de tal manera que aunque la razón principal de la integración sea el conseguir los objetivos financieros del proyecto esto se haga enalteciendo el propósito creativo/innovador por el que todos se han comprometido a trabajar.
Desde la formalización de tu sociedad, la integración de nuevos socios, el levantamiento de capital, y pasando por la contratación de talento, el desarrollo de negocios, la apertura de sucursales y oficinas y el pago de incentivos, bonos y utilidades variables a tu equipo, debes ir entendiendo la realidad corporativa que estás construyendo para la vida moral que representas, de eso depende tu éxito.
¡Tus axiones valen, toma nota!
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